viernes, 9 de noviembre de 2012

EL DEMONIO SIN ROSTRO II


CAPITULO SEIS - EL DEMONIO SIN ROSTRO II

Las tenues llamas del pequeño pueblo de Honstelheim se apreciaban a kilómetros de distancia. La sangre se mezclaba con la tierra y con los cuerpos sin vida de los aldeanos. Los pocos guerreros que quedaban intentaban protegerse de los bárbaros, responsables de tal masacre, pero sin éxito. 

Una vez el pueblo quedó libre de la amenaza que supusieron esos hombres, una mujer joven se paró en el cuerpo de una chica de casi la misma edad que la muchacha, totalmente manchada de sangre y con las piernas abiertas confirmando que había sido violada. 

- Lyn... Lo siento tanto.

La joven se arrodilló enfrente de la chica, una joven de pelo castaño y de ojos azules que ya no tenían vida. Achlys cerró los ojos de su amiga y la cogió en brazos para apartarla del resto. Mientras se alejaba del lugar percibió el olor de la sangre combinada con el olor a quemado de las casas y de cuerpos calcinados. La mera idea de que no hubiera podido rescatar a su mejor amiga le rompió el corazón, sintiéndose responsable. Pero intentaría remediar el error.

Una vez se alejaron suficiente del ya desolado Honstelheim dejó el cuerpo en la hierba y utilizó sus poderes para invocar una túnica con la que le cubrió el cuerpo y la preparó para llevarla donde podría volver a verla.

El reino de Hades.

Se sacó del bolsillo dos monedas griegas y las colocó encima de sus ojos, llorando de furia en el proceso. Sabía que no se había merecido eso, y por su culpa ahora estaba en ese estado.

Achlys volvió al pueblo y cogió un palo de madera con fuego y volvió al lado de su amiga, mirándola por última vez antes de tirar la antorcha encima de su cuerpo, ardiendo lentamente.

Nos veremos en los Campos Eliseos. Te lo prometo.

Alejándose de allí con una gran nostalgia, volvió a reunirse con su hermano que la miraba comprensible a la pérdida que había recibido.

- ¿Quieres vengarte?

Con un leve movimiento afirmativo, su hermano le pasó un brazo sobre los hombros para reconfortarla mientras seguían el rastro que había dejado los bárbaros.

Antes de que Apolo apartara a la diosa de la noche Nix, todos y cada uno de los bárbaros responsables de la masacre habían recibido el castigo que se merecían  y el hombre quien violó a Lyn recibió un desmembramiento de todos y cada una de sus partes del cuerpo. Empezaron los dedos, las orejas, la nariz, las muñecas, los brazos, los pies, las piernas... Y por último le arrancaron los ojos y el corazón y los aplastaron sin la menor compasión.

- ¿Nos vamos?

Achlys asintió mirando hacia el horizonte convenciéndose de que Tánatos ya se habría llevado el alma de su amiga y la llevaría al infierno. Ambos hermanos se fueron hacía el Olimpo, hacia el templo de Artemisa y la diosa los recibió sonriente mientras escuchaba el sonido de la lira de Dioniso, que por suerte no estaba embriagado y no cometería ninguna estupidez en la vista de la diosa de la caza.

- ¿Dónde habéis estado?

- Dando un vuelta, necesitábamos despejar la mente, ¿verdad Achlys?

- Sí, eso. Una pregunta que tengo que hacerte Artemisa.

La diosa prestó atención.

- ¿Por qué con nosotros te comportas bien mientras que con otros dioses eres totalmente diferente?

- Ay, mi joven Achlys... Vosotros dos sois mis mejores guerreros. Tanto que lleváis el apellido Agrotera, que solo les doy a los que cazan en mi nombre y son leales hasta el fin.

- Pero nuestro apellido es...

Su hermano le dio un codazo ya que ese era un tema tabú entre ellos y Achlys se calló de inmediato, provocando la curiosidad de la diosa, pero lo dejó estar y les dejó que volvieran a sus hogares a descansar, cosa que ambos aceptaron. De camino, su hermano le preguntó si quería ir al reino de Hades para ver si Lyn había pasado el río Estigio, donde el Caronte pagaba a los muertos con dos monedas griegas y los llevaba ante Hades, que decidiría si iría a los Campos Eliseos, donde iban los humanos que habían actuado de forma correcta, o el Tártaro, donde iban humanos asesinos y donde recibirían un castigo eterno.

Ambos hermanos aparecieron delante de Hades, que estaba sentado en su trono hecho con huesos y donde había un trono más pequeño donde su mujer Perséfone se sentaba. Por la cara del dios y por como estaban los bosques de Artemisa confirmaba que su mujer se encontraba con su madre Démeter. 

- ¿Qué queréis Eylsions?

El hermano de Achlys miró de forma amenazante al dios del infierno por decir el apellido real de ambos hermanos. Pero su poder no era tan poderoso como para hacer aprender al dios que no quería que lo llamaran así y que hiciera caso.

- Queremos saber si ha llegado un alma nueva, se llama Lyn.

- ¿Lyn? Ese no es nombre griego.

- Es nórdica - se apresuró a decir Achlys -. Pero le puse las monedas y la quemé. Seguro que Tánatos la habrá ido a buscar y debe estar por aquí.

Hades la miró como si fuera estúpida.

- Los nórdicos se van a Valhalla con Odin o a Fólkvangr con Freyja. Los que tienen esa sangre no irán a otro panteón.

Achlys suspiró frustrada y miró a su hermano que la miró con paciencia y decidió desaparecer del lugar para irse bien lejos. Necesitaba estar sola, bien sola, alejada de los demás por un tiempo. 

Volviendo al ya calcinado Honstelheim, recordó la primera vez que conoció a Lyn. Había decidido mirar los territorios custodiados por panteones que no fueran griegos, y descubrió muchas cosas que le interesaron y otras de las cuales estaba en contra. Aun así, su alegría fue conocer a esa nórdica de cabello castaño y ojos azules cristalinos.


*          *          *

Dos años antes

Achlys se mantuvo quieta en el suelo ante la amenazante espada de doble filo que se situaba en su cuello, notando la afilada arma con cada trago que hacia. Su atacante la miró fijamente como si hubiera sabido que no era de procedencia nórdica.

- ¿Quién eres?

La joven diosa griega movió las manos en gesto de rendición, provocando la sonrisa de su agresora, que no apartó ni la espada ni el pie que tenia entre sus pechos.

- Me llamo Achlys. Y sí, soy griega.

- ¿Cómo sabias lo que estaba pensando? ¿No serás una diosa Olímpica verdad?

La joven griega cerró los ojos soltando un suspiro y relajando su cuerpo, preparada para arrebatar la espada en el próximo movimiento que intuía que haría.

- Soy una diosa menor, no llego al grado de Olímpica.

Como se esperaba, la mujer le atacó a la mínima, reaccionando al momento y arrebatando la espada, provocando la ira de la nórdica y propinándole esta un puñetazo cuando la griega logró apartarse de ella. 

- Lárgate de aquí o llamaré a mis compañeros. 

- Tranquilízate, vengo en son de paz. Solo venía a dar una vuelta, te prometo que no te haré nada.

- Eres una griega, sois todos unos mentirosos que se aprovechan de los demás - con más furia en sus ojos, preparó los puños -. Vete o tendrás que vértelas con un montón de nórdicos de pura sangre.

- Antes de que hagas tal estupidez te haré una pregunta: ¿El apellido de Eylsions te suena?

Lyn se cruzó de brazos mirándola atentamente por semejante pregunta.

- ¿Cómo conoces tu ese apellido?

Achlys bajó la cabeza recordando las palabras de su hermano de no revelar su apellido a los demás, ya que su vida peligraría más de lo necesario.

Pero al levantar la mirada hacia la chica que tenía delante, pudo intuir que jamás la traicionaría. Sí, le acababa de amenazar pero porque quería proteger a su familia, y eso fue lo que le gustó: la protección hasta la muerte de los suyos.

- Soy la última Eylsions, Achlys Eylsions. Mi hermano es Nike Eylsions. 

- Tu eres la hermana bastarda de los Eylsions.

Con paciencia por no darle un puñetazo por tal insulto asintió con la cabeza.

- Eso explica tu nombre griego y tu apellido nórdico. ¿Tu madre es...? 

Eso fue lo que jamás iba a contar a nadie, pero la mirada de la joven, esta vez comprensible, le hizo dar pasos atrás desconfiada de que una vez lo supiera llamara a los demás de su pueblo revelando su identidad.

- Entiendo, no me lo dirás - respondió tan tranquila -. No te preocupes, te entiendo lo que significa ser hija de alguien que no es de tu misma sangre y fingir que eres lo que no eres. Almenos yo sé que Valhalla me esperará en cuando muera, porque yo acepto y me enorgullezco de ser una nórdica, aunque sea la mitad de lo que soy.

Achlys, sorprendida ante tal confesión, se sintió completamente identificada con la mujer, con la diferencia de que ella no se enorgullecía de pertenecer al panteón griego y menos ser hija de la peor de las diosas que habían en el Olimpo.

- Yo... Mi madre...

- ¡Lyn!

La nórdica ante la llamada de un hombre grande fuerte como un roble se apresuró a dirigirse hacia él, sin despedirse siquiera de la griega que se había quedado mirando como se alejaba.

Jamás reveles quién es tu madre, o te matarán, estés donde estés.

Las duras palabras de su hermano le reprimieron unas lágrimas que no podía mostrar. Era débil y lo sabia, pero ella quería ser fuerte. Deseaba ser fuerte, y ver a cualquier mujer con espíritu guerrero le reportaba esperanza de que algún día podría ser como ellas, y una parte de ellas sentía celos por no ser como ellas.

Debatiéndose entre llorar o empezar a dar puñetazos en algún árbol, se sentó en la fría hierba que la acogió sin problemas. Ni siquiera se dio cuenta del tiempo, cuando quiso darse cuenta la noche había caído y estornudó ante el frío que hacía. Se abrazó la cintura con tal de reconfortarse y encontrar un poco de calor.

- ¿Aun sigues aquí? Terminarás enferma.

Achlys se giró para ver a la misma nórdica, que se sentó a su lado, abrigada con una piel que podía identificar que era de lobo. Apartó la mirada de la chica en un gesto de que la dejara en paz, pero ella simplemente se pegó a ella y compartió aquella pieza de piel que ayudó no solo a mantener caliente el cuerpo de la griega, sino su corazón.

- No tienes por qué ayudarme. Tú lo has dicho, soy una griega. 

- Pero me has caído bien. Además tienes nuestra sangre, ¿no? Y como te dije, sé lo que siente al no tener padres de la misma sangre. 

- ¿Quienes son tus padres?

La miró con una sonrisa y con un suspiró desvió la mirada hacia el horizonte.

- Mi madre era nórdica, y mi padre era un cazador de procedencia Egipcia. Mis padres se enamoraron y eso provocó una pequeña discusión acerca de si llegaran a concebir algún hijo a quién iría  Para cosas así los dioses intervienen, ya que mi madre era... Bueno... Era sacerdotisa de Frigg, la esposa de Odin. Y ella tuvo unos cuantos poderes por su trabajo, y digamos que su poder lo heredaría y eso es lo que los dioses querían. 

- ¿Y qué ocurrió?

- Cuando nací, mi madre murió en el parto por el frío y la pérdida de sangre. Mi padre al pedir a los dioses egipcios si podían hacer algo, se negaron y le dieron la espalda. Terminó atacado por un oso mientras iba de caza. Desde entonces, los amigos y familiares de mi madre me han mantenido acogida, entrenando el arte de la guerra y endureciéndome para convertirme en una Einherjer.

- ¿Einherjer?

- Guerreros de Valhalla, destinados a pelear junto con Thor y Odin contra la serpiente de Midgar, Jõrmungandr.

- Vaya... 

- ¿Y qué hay de ti?

- Nada más de lo que te he dicho, soy una hija bastarda y cobarde, no como mi hermano - se abrazó las piernas y se acorrucó tanto que llegó a hacerlo pegada a Lyn, que la miró con paciencia -. La verdad, me gustaría ser como tu, fuerte y luchadora.

- ¿Y por qué no dejas que te enseñe?

La miró esperanzada ante la proposición.

- ¿Harías eso por mi?

- Nos parecemos mucho, y sé lo que se siente, así que sí.

Desde ese preciso instante, los sentimientos de ambas se acrecentó con el tiempo, se hicieron inseparables, sin haber un solo día en que no se vieran. Tanto el hermano de Achlys como los compañeros de Lyn encontraron esa relación un tanto problemática  pero ambas ignoraron todo rechazo por parte de que no se volvieran a ver.


*          *          *

Al cabo de un año

Achlys yacía en el mismo sitio donde se conocieron ambas chicas, pero en esa ocasión era un día especial: era el cumpleaños de Lyn, y estaba esperando a que terminara de celebrarlo con su familia para darle su regalo. 

Le prometió que la esperaría y que no tuviera prisa, así que allí estaba, mirando al cielo prediciendo de que tardaría mucho más de lo que esperaba. Pero no le importó, si luego se iban a ver la espera le importaba bien poco.

Recapituló hasta el mínimo segundo en que pasaban solas. Y recordó, nadie consciente salvo ellas, del beso que se dieron a la vista de las estrellas, con una luna creciente que parecía darles la bendición. Ni su hermano lo sabía, era un secreto entre ellas que pronto se haría público.

- Siento la espera.

Achlys sonrió a la recién llegada que iba con una piel de lobo blanco en sus hombros y una fina tela de seda le cubría el cuerpo. Los brazaletes en ambos brazos y el colgante de plata sin grabados terminaban de complementar su vestido de aniversario. 

- Estas preciosa.

Lyn se sonrojó un poco por el cumplido y se sentó a su lado esperando a que le dijera algo. Ambas mantuvieron un ligero silencio que en cierto modo las incomodaba, pero ninguna encontró tema de conversación.

- Veras...

Lyn le prestó atención a su amiga, que tenía entre sus manos algo parecido a un pergamino.

- ¿Conoces el Nurhtset?

- ¿Es aquella marca que une a las personas verdad?

Asintió con la cabeza y le enseño el pergamino, que contenía un símbolo de una mano que parecía estar hecha de relámpagos.

- Me gustaría pedirte una cosa... Pero debes estar completamente segura.

La miró con los ojos un tanto rojos, cosa que asustó a Achlys por si le enfurecía su proposición. 

Al segundo se echó a llorar abrazándola de tal forma que llegaba a ahogarla.

- Eh Lyn, ¿qué pasa?

- Sí, hagámoslo.

La griega la separó un tanto sorprendida y le secó la lágrimas con delicadeza, cosa que hizo que a Lyn se emocionara más y le plantara un beso que las tiró a ambas en el frío césped, manchando la vestimenta de tierra, cosa que no le preocupo. La lluvia empezó a manifestarse sin piedad mojando todo a su alrededor mientras estas daban crédito a su amor. Ni siquiera se percataron de las intensas gotas que caían cuan agujas. Solo querían abrazarse hasta el fin del mundo.

Un rayo que calló cerca de ellas las asustó y las devolvió al presente, sonriendo ambas completamente empapadas y, con la mano ofrecida de Lyn para ayudar a a su amiga a que se levantaran, se alejaron del poblado para escalar una pequeña montaña donde, según Achlys, estaba Dereck esperándoles. Lyn se mantenía eufórica y a la vez preocupada por lo que pasaría si sus compañeros llegaran a ver el Nurhtset y la desterraran por ello.

Al poco tiempo deslumbraron una sombra, que lograron identificar cuando otro relámpago cayó cerca de ellos. El hechicero las miró a ambas sin ninguna mirada de sorpresa ni desaprobación  cosa que a Achlys no le sorprendía. Él podía visualizar a través de su magia el destino de ambas si el Nurhtset se les grababa en la piel a la pareja que deciden unirse toda la vida.

- Así que ella es la afortunada.

La griega asintió y cogió las manos de su fiel amiga y amante, y se la quedó observando con una sonrisa que se borró para dejar paso a una pregunta y una confesión.

- Antes de que decidamos marcarnos con un Nurhtset, debes saber una cosa. Una cosa sobre mi madre.

Lyn prestó atención.

- Mi madre si se entera de esto querrá matarte, a ti y a mi, así que debemos mantenerlo en el más estricto silencio hasta que tenga el suficiente poder para poder irme del Olimpo y vivir juntas.

- ¿Por qué tanta precaución? - Lyn la miraba totalmente asustada - ¿Quién es tu madre?

Achlys respiró hondo y respondió a la pregunto al mismo momento que un relámpago caía justo a espaldas de Achlys.

- Mi madre es Artemisa.


*          *          *

Achlys suspiró observando su Nurhtset mientras los recuerdos la ahogaban cuan como si estuviera sumergida de las profundidades del río Estigio. El que Lyn, pese al riesgo, aceptara vincularse de tal forma fue lo que la había condenado. Sabía que ella tenía gran parte de culpa, estaba convencida de que esos salvajes fueron controlados por su madre con tal de deshacerse de aquella persona que había significado la vida y la muerte de su corazón que en ese preciso instante, lloraba por la más grande de las pérdidas. 

Odiaba a su madre, odiaba a Artemisa con todo su corazón. No aceptaba llevar el apellido Agrotera de semejante persona. Sabía perfectamente que ella era la culpable de la muerte de Lyn y eso no se lo perdonaría en su inmortal vida. 

Con toda la rabia acumulada se arrodilló en una pequeña montaña de ceniza que cogió y decidió esparcirse desde debajo del párpado inferior hacia abajo hasta el cuello, como recordatorio de que no iba a permitir que la gente sufriera más por culpa del egoísmo y egocentrismo de los dioses. Junto a esa promesa la ceniza de la cara se le gravó dejando a su paso un reguero de sangre por haber penetrado y dañado la piel de la diosa, que ignoraba el dolor gracias al odio que tenía hacia su madre.

- Por mi padre, por la venganza hacia los griegos que me han robado a la única persona que me ayudó realmente, quiero que me guiéis, dioses de Asgard, hacía el nombre de mi nueva vida para evitar que se repita algo así mientras siga viva.

Como si los dioses escucharan sus palabras, delante suyo la tierra voló con un ligero viento mostrando una piedra con runas nórdicas en que decían claramente: Xayaa Eylsotera. Daba gracias a los dioses que Lyn le enseñara a leer las runas, sino no habría podido avanzar.

Con una sonrisa torcida al recordarla se levantó y se dispuso a luchar contra quien fuese para largarse del Olimpo y combatir contra los peores enemigos de los humanos: los propios humanos. Solo lo habló con su hermano y ambos, después de convencer a Artemisa de que les dejaran en paz y para su sorpresa la aceptación rápida de esta, intentaron borrar la destrucción del antiguo poblado de Honstelheim y volverla a llenar de pequeñas casas de madera y con vida en cada recóndito de la tierra. Las viudas y huérfanos de guerra llegaron allí encontrando cobijo, y con el tiempo terminaron volviéndose unos Eylsoteras, ayudando en lo posible con tal de socorrer y salvar a vidas destrozadas que habían pasado lo mismo que ellos.

La población fue aumentando, de diez a veinte, y en poco tiempo los supervivientes de guerra y los hijos huérfanos o hijos concebidos en Honstelheim se convirtieron en guerreros que defendían el poblado de los bandidos o los ladrones que querían asolar el poblado, y aquello fue lo que en poder llamó la atención a los dioses griegos. 

Al final los dioses aparecieron y se repitió la misma historia como con los bárbaros. Xayaa forcejeaba contra Apolo y Hades mientras observaba como su hermano estaba siendo abierto en canal por la mismísima Artemisa. Semejante actitud indiferente e incluso la poca compasión con su hijo le provocó en el lo más profundo de su interior más odio hacia la diosa.

Tal fue el odio que un grito pudo llegar a helar la sangre de los dioses presentes mirando a la superviviente de tal masacre, que tenía la cabeza bajada y con los dientes bien apretados, como si de un momento a otro se llegara a romper la mandíbula por la fuerza que ejercía  Artemisa continuó con la tortura y la Eylsotera pudo escuchar en el último aliento hermano unas palabras que le acompañarían en el resto de su vida.

- Sobrevive por los dos.

Aquellas palabras, que más que un deseo eran una obligación, provocaron las lágrimas que desaparecían mientras resbalaba por la marca, como si Lyn le indicara que no podía llorar por ello, sino que debía atacar. Dicho y hecho, en el segundo tanto Apolo como Hades recibieron dos puñetazos y Artemisa paró el puño de la atacante al tiempo justo, ya que la punta de su nariz tocaba con ese puño que temblaba de la forma en que forcejeaban ambas.

- Más vale que te rindas o acabarás como tu hermano.

- ¿Cómo te has atrevido? ¿Jamás te hemos importado verdad?

- Vosotros me habéis traicionado, buscabais poder para matarnos a todos.

- ¡Embustera!

No faltaron más palabras para que Artemisa le diera una bofetada que la tumbó al suelo, pero al no soltar Artemisa el brazo con el que antes había amenazado la cara de esta se escuchó un fuerte chasquido de los huesos de Xayaa que soltó un grito de dolor. Fue el momento perfecto para que Ares le diera una patada en la cabeza que la tumbó al completo, y Artemisa le miró con furia.

- Vuelve a hacerlo y te mataré.

- ¿Ahora te interesa esa hija de los nórdicos? Dásela a la furcia de su madre o la matamos.

- Tú no me darás opciones, voy a hacer lo que quiera porqué por algo sigue siendo mi cazadora.

Y con esas últimas palabras cargó con ella y la dejó en una cárcel al lado del último cazador que se negó a someterse a su voluntad. Solo quedaban de él los huesos, unos huesos diferentes a la de los humanos. 

A las pocas horas Xayaa estaba sentada en su nuevo hogar hasta que muriera o se rindiera ante ella, cosa que no iba a aceptar de ninguna de las maneras. Se sintió enormemente traicionada por lo que había hecho a sangre fría, sin la menor compasión dibujada en su rostro. Su pelo no era pelirrojo por capricho: estaba segura de que la misma sangre de los que había matado le proporcionaron ese color rojizo.

Se levantó con dificultad sintiendo un fuerte dolor en el costado derecho que le provocaba alguna que otra punzada mientras se movía de un lado para otro para sentar la cabeza. Los dioses griegos eran así: dejaban que el prisionero enloqueciera solo para después someterlo. Si conseguía negarse o se volvía agresivo, se deshacían de él como haría cualquier hombre con un animal que les proporcionase alimento.

El mayor alimento de ellos sería la satisfacción de su sumisión o de su mutilación, ambas opciones no iban a favor de la diosa, por lo que tendría que luchar hasta encontrar una vía de escape.

El problema era si lo lograría antes de que los dioses clavasen su atención en ella.


*          *          *

Aprovechando la distracción de los demás por la reunión que iban a tener en el templo de Zeus para dar un veredicto sobre el futuro de Xayaa, Atenea se dispuso a hacerle una visita para ver su estado. Habían pasado ya tres semanas, su tortura consistía en no probar bocado si no se arrodillaba y no beber si no suplicaba. Allí seguía peleando, pero cada vez de forma menos coherente. Empezaba a enloquecer de forma agresiva. 

O eso decía Artemisa. Y como de Artemisa fiarse es un error prefería la diosa verla con sus propios ojos.

Nada más llegar a su celda se quedó mirando a la debilitada diosa. Estaba sentada dándole la espalda, mostrando unas heridas recientes y cicatrices perfectamente marcadas. Como tenía la espalda desnuda, estaba segura que el resto del cuerpo estaría en similares o peores condiciones.

Pero lo que la sorprendió fue como susurraba algo, una vez tras otra. Una promesa que recitaba como si se tratara de una carta imaginaria que desearía escribir.

Y por el contexto no iba precisamente a su hermano.

- ¿Un amor perdido?

Xayaa giró levemente la cabeza, mostrando en sus mejillas más cicatrices y como la línea de debajo los párpados seguían siendo negras y capaces de intimidar.

- ¿Te toca a ti?

Atenea negó con la cabeza y se acercó a la puerta dispuesta a abrirla, pero se lo repensó. Podría aprovechar para huir y eso sería condenarse a ella misma a la muerte. Hasta su padre se ofrecería para decapitarla.

- Voy a abrir la puerta, pero debes prometer que no huirás.

No dijo nada, por lo que lo tomó como una aceptación. Entró levemente a la celda y se colocó delante de Xayaa, y la visión le provocó un vuelco en el estómago por la cantidad de heridas que tenía. Con razón no se había negado a huir  ni siquiera podía levantarse. Se mantuvo quita, abrazándose las piernas con los brazos y apreciando ligeramente el Nurhtset que llevaba en la mano.

- ¿Es por esa persona por la que haces esas promesas?

- ¿Qué quieres?

Atenea le sonrió tocándole la mejilla y ayudando a cicatrizar todas sus heridas de cuerpo. Nada más terminar, le invocó una pequeña piel y se la colocó en los hombros, ademán de invocar comida para que recuperara fuerzas.

Xayaa inmediatamente se deshizo de la piel y apartó de su vista la comida. Atenea sonrió de nuevo por el hecho de que, pese a que se oía el rugir de su estómago, se negaba a probar bocado porque no se fiaba. Era muy desconfianza y la vez sensata, pero sabía que solo necesitaba unas palabras para derribar la defensa que tenía.

- Huele la piel que acabas de tirar al suelo, creo que lo reconocerás.

Xayaa desconfiada alargó el brazo para rescatar aquella piel blanca manchada de sangre, y se la acercó a la cara. No hizo falta oler durante mucho rato, porque sus lágrimas cayeron al reconocer perfectamente de quién era la piel.

- Lyn...

- ¿Así se llama tu amante? ¿Nórdica?

Asintió con la cabeza cubriéndose con ella y abrazándola como si le fuera la vida en ello. Observó la comida que aun seguía allí, pero seguía desconfiando. La diosa de la sabiduría al observar la mirada hambrienta de la chica se acercó y le dio uno de los boles que habían. Inconscientemente y sin poder hacer nada, tragó la ambrosía que le estaba dando Atenea con cariño, demasiado para el de una diosa.

Antes de querer apartar la cara ya había tragado el delicioso manjar de los dioses, y Atenea le acercó la cara para mirarla a los ojos.

- No desconfíes de mi, Achlys. Fui la única que me negué a que os atacaran, y yo convencí a Artemisa de que os dejara libres. Y ahora debes prestarme atención, porque si quieres sobrevivir tendrás que someterte a la voluntad de Artemisa hasta que pueda liberarte para siempre de la sangre griega que corre por tus venas. Es eso lo que quieres, ¿verdad?

- No lo soportaré.

- Lo sé, pero por eso yo te ayudaré. Me quedaré con una parte de tu alma y con ella tus recuerdos para que el dolor por la perdida de Lyn no te lleven a la muerte. Pero atención: cada siglo que pase volverá una parte de tu alma, y con ella recuerdos de tu pasado. Para cuando los recuperes todos tu ya serás una nórdica echa y derecha que estará en Valhalla junto con su amada. Pero debes, primero, confiar en mi. 

Xayaa no podía creer lo que escuchaba. Atenea desde siempre ha querido ayudarla y le estaba ofreciendo la única vía de escape hacía Lyn. Lo único que podía hacer era aceptar... Pero no podía sabiendo que podría quedarse sus recuerdos. Al fin y al cabo teniendo una parte de su alma en su poder podría hacer lo que quisiese con ella.

Pero tuvo una idea que le aseguraría esa vía de escape.

- Necesito papel y carboncillo. Necesito escribir una carta antes de que procedas.

Atenea hizo caso a su petición y la dejó sola mientras escribía la carta que la ayudaría a salir del infierno en el que se había metido. Intentaba no perder la poca serenidad que tenía, pero se le hacía imposible. Lo único que deseaba era que en un futuro esa carta llegara a sus manos o a las de otra persona que confiara mucho.

Una vez finalizó con su escrito, Atenea procedió a extraer esa parte de alma que le causaba dolor y sufrimiento. Mientras procedía, puedo ver con claridad que los ojos de la diosa empezaban a perder sentimientos. Y, sabiendo lo que podría significar, continuó hasta que la nueva Xayaa se mantuvo totalmente inexpresiva. 

- Ahora te toca servir a Artemisa hasta que logres ser libre de las ataduras de Olimpo.

La Eysotera asintió recordando muy poco de lo que había sucedido y lo poco que recordó de cómo Atenea le quitó los recuerdos la ambrosía envenenada que le había dado le había borrado absolutamente todo de su vida. 

- Lo siento, pero así no mirarás a Artemisa como la madre que te traicionó, sino como la diosa que te controla y que deseas liberarte de sus garras. Ahora sobrevivir es decisión tuya.

Una carta escondida esperando ser encontrada.
Una diosa que no recuerda nada de su infancia.
Una historia con huecos que se deben llenar.
Ahora te toca a ti hacerles ver la realidad.

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